Estarás de acuerdo conmigo en que la parte más difícil de trabajar en el extranjero son esos dos últimos días en casa antes de salir.

Mi mente ya estaba en el barco, pensando en empacar todo en mi maleta, si tenía todos los documentos en mi equipaje de mano, y preguntándome cuánto tiempo estaría fuera de casa.º
El último día, particularmente no tenía ganas de ver a nadie. Prefería quedarme en casa, lidiando con mis nervios, mi ansiedad, la falta de apetito, los vómitos ocasionales y las lágrimas que derramaba en secreto mientras veía a mis hijas ir a la escuela o a la guardería, sabiendo que pasarían un par de meses antes de que las volviera a ver.
Todo eso desaparecía tan pronto como me montaba en el taxi de camino al aeropuerto. Era como si me quitaran un peso de encima. Una vez en el barco, no había rastro de esos nervios, y aunque me llevaba unos días adaptarme a la rutina, los días pronto comenzaban a pasar volando.
De repente, esa última semana, la más dura de todas, con interminables turnos. Mi mente ya estaba en casa, pensando en las cosas que haría con mi familia. El último día, me sentía como el rey del mundo, indestructible, ansioso por ir a un bar y disfrutar de esas cervezas tan esperadas con mis colegas. Luego venía el último vuelo, que siempre parecía interminable, y finalmente, después de recoger mi maleta, estaban mis hijas y mi mujer esperando para darme un gran abrazo.
Necesitaba unos días para recuperarme y reajustarme a la vida familiar, pero todo ese esfuerzo, esas largas guardias de 12 horas, los 7 días de la semana durante dos o tres meses, valían la pena por la recompensa que tenía que era ver a los tuyos.
Ahora, ¿quién lo hubiera pensado? Echo de menos todo eso, pero tengo algo aún mejor,
A pesar de todo, veo a mis hijas y a mi mujer todos los días.